LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA. 4

                                                                                 Capítulo 4

Oscilando levemente, a un metro y medio por encima del suelo, el cuerpo inanimado de su hijo colgaba de una soga atada a la viga vista de madera antigua que atravesaba el techo del estudio-biblioteca.

Su rostro ofrecía un aspecto abotargado y ligeramente azulado. Los ojos desorbitados. La mirada sin brillo, seca. vacía. Llena exclusivamente de una absoluta falta de vida. La parte blanca de la córnea surcada por finísimos afluentes sanguinolentos con errático recorrido. Tenía la boca torcida en un espantoso rictus, que daba la sensación de reírse de su propia muerte, y un hilillo de sangre ya ennegrecida, había quedado dibujado bajo los orificios de la nariz y los oídos. Llevaba puesto el pijama de franela color burdeos que su madre le había regalado en su último cumpleaños. Sus pies se veían distendidamente  desnudos.

La estancia comenzaba a iluminarse por la tímida y temprana luz solar de esa fría mañana navideña, que franqueaba el ventanal del balcón, se proyectaba sobre el cadáver, y copiaba su siniestra sombra en la pared del fondo. El joven flotaba inmerso en la nada de la habitación, rodeado por la acompasada danza de innumerables partículas de polvo en suspensión y adornado con un perverso complemento estético: La soga. Que ceñía su cuello a modo de gargantilla.

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