Jona Umaes

Tazas

¿Quieres un vaso de agua?

Sí, por favor. ¿Oye, por qué tienes tantas tazas iguales?

―¿Iguales? No son iguales. Son de sitios donde he viajado.

Sí, ya. No soy ciega. Quiero decir que las tienes por pares.

Es una larga historia.

―¿Por qué no me la cuentas?

No sé. Estaba esperando a alguien especial...

―¡¡¡Serás!!! ¿Y yo qué soy?

―¿Tú?... ¡Ven pacá, que te voy a dar lo tuyo!

Ja, ja, ¡Quita! ¡Déjame! ¡No quiero ahora! ¿Me dices lo de las tazas o qué?

Tráete el agua al salón y nos sentamos.

―Bueno, ya estamos ¿Y bien?

Érase una vez que se era, yo en Barcelona en 2017, una semana antes del atentado yihadista. ¿Recuerdas?

―¡Una semana antes! ¡Madre mía! ¡No te pilló por los pelos!

Sí, pero entonces, no sabía que aquello iba a suceder. ¿Te imaginas si lo hubieran retrasado por algún inconveniente y realmente lo tuvieran previsto para entonces? Yo no estaría aquí. En fin, mejor no pensarlo. Continuo. Ya me había pateado todo el casco histórico y paseaba por Las Ramblas. Tengo costumbre de comprar siempre un imán de recuerdo, pero no encontraba ninguno que me gustara, de modo que opté por una taza. Yo, en esos momentos, no tenía ni idea que aquel objeto tenía algo especial. Lo supe más adelante. Andaba con prisa porque se me hacía tarde. Había alquilado un coche y debía partir para un pueblo de Girona, a hora y media de allí. Aquello fue una aventura porque se me hizo de noche ya cerca del alojamiento. El móvil se quedó sin batería y sin GPS, no tenía ni idea de por dónde tirar. Era una carretera secundaria y ningún letrero de los que veía indicaba el nombre del pueblo que buscaba.

―¿Y qué hiciste?

Pues continuar hasta dar con una gasolinera y preguntar. Eran ya cerca de media noche y no había un alma por aquella carretera. Por fin di con una estación de servicio. Resultó ser autoservicio, así que tampoco encontré a nadie allí. Me quedé un rato esperando, a ver si aparecía alguien. Al fin llegó un motero a repostar. Bajé del coche a hablar con él. Me indicó por donde debía continuar y a qué distancia se encontraba el pueblo que buscaba. No estaba lejos, pero por el camino pensé que era ya muy tarde. Quizás la mujer que me alquiló el apartamento se había ido ya a dormir, aunque lo descarté porque sabía que iba de camino y debía abrirme la puerta. No podía dejarme tirado en la calle. Por otro, lado, también me preocupaba que, sin GPS, no iba a saber hallar el alojamiento. Era tan tarde que temía que no hubiera nadie a quien preguntar.

¡Pero, si era verano! ¡Seguramente habría alguien! ¡La gente se acuesta a las tantas en vacaciones!

Allí no. Era un pueblo de interior. No era ni mucho menos un sitio turístico. Cuando llegué, estaban todas las calles vacías. Paré en una plaza donde vi a las únicas personas despiertas a aquellas horas. Eran unas familias con sus hijos jugando en unos columpios. Resultaron ser rumanos o algo así. Apenas hablaban español y no supieron ayudarme. Como cuando entré en el pueblo vi luz en la comisaría de policía, la cual pasé de largo, volví sobre mis pasos y me acerqué a ver si había alguien de guardia. Toqué en la puerta de cristal y al rato salió a recibirme un agente con cara de sueño. Le expliqué la situación y me permitió llamar por teléfono, no sin antes pedirme la identificación. Me miraba como a un bicho raro. Allí, a esas horas, era extraño que alguien llegara y, además, seguramente le había sacado de su duermevela. Al fin, pude hablar con la mujer del alojamiento que me esperaba desde hacía un buen rato. Le conté lo ocurrido y que llegaría en cinco minutos. El policía me indicó por donde caía la calle, y me despedí, agradeciéndole la ayuda.

Cuando por fin me encontraba en la habitación, estaba muerto. Era cerca de la una. Me tumbé en la cama al aire de un ventilador que puse a toda potencia. Tras picar de los restos de comida que me quedaba, me apetecía beber algo que no fuera agua. Habían dejado sobres de infusión junto a un microondas, pero no había un jodido vaso donde echar el agua. Entonces, me acordé de la taza que compré de recuerdo. Antes de llenarla, me fijé en la imagen que había impresa. Era la Sagrada Familia. Había, también, un pequeño símbolo, como un escudo. No tenía ni idea de qué se trataba. No me demoré más y calenté el agua para la infusión. Mientras me la tomaba me sucedió algo inaudito.

―¿El qué?

Pues que me vi de nuevo en Barcelona.

―¿Pero, qué dices?

Lo que oyes. Además, era la misma hora en que me hallaba en la habitación, la una de la madrugada. Me encontraba en una plaza con multitud de terrazas y gente de copas. Sentía un ligero mareo por el cambio brusco de ubicación, pero, aprovechando que estaba allí, me senté en una mesa y me tomé una cerveza bien fría. No sabía qué hacer. Empecé a darle vueltas al asunto. Lo último que había hecho antes de verme en aquel lugar fue tomar la infusión. No tenía ni idea como volver a la habitación. La cerveza empezó a hacer efecto y me relajé. A la media hora de encontrarme allí, ya que estaba tan a gustito, me vi de nuevo tumbado en la cama.

Te estás quedando conmigo.

―¡Que no! Espera que termine. El caso es que, aún tenía el amargo sabor de la cerveza en la boca y continuaba sintiendo los efectos del alcohol. Me entró un sueño repentino y me quedé grogui en cinco minutos. Cuando desperté, el sol iluminaba la estancia. Permanecí un rato tirado en la cama, remoloneando. Pensé en lo sucedido la noche anterior. Necesitaba urgentemente un café. Aparte de la infusión, me dejaron un brick de leche y sobres de café soluble con un paquete de galletas. Todo un detalle de la anfitriona. Calenté la leche en la taza y dejé el cartón dentro de una pequeña nevera, junto al ventilador.

No podía creerlo, me encontraba de nuevo en Barcelona, a la misma hora que en la habitación, pero esta vez en Las Ramblas. Era la segunda vez que me sucedía aquello y no tardé en asociar la taza con lo que estaba ocurriendo. Si todo iba a ocurrir como la noche anterior, tenía media hora para hacer que lo fuera, antes del regreso. Ya que estaba en aquel lugar, busqué el puesto donde compré la taza que me hacía viajar y me agencié otra igual.

Por eso tienes tantas parejas de tazas.

Eso es. Tuve una idea feliz, y la llevé a cabo.

Y regresaste a la habitación.

Sí, me vi de nuevo en el alojamiento, pero con la taza que había comprado. Eso quería decir, que podía teletransportarme y, además, traer lo que quisiera.

―¡Pero, qué mentiroso eres! ¡Te estás quedando conmigo!

Ja, ja. Puede ser, pero deja que termine. A partir de ese momento, no solo viajaba por donde tenía pensado, sino que fui comprando, primero una taza, y luego, si veía que funcionaba igual que las anteriores, compraba la pareja.

―¿Y cómo supiste qué taza comprar?

No lo sabía, pero sospechaba que algo tenía que ver el escudo que había junto a la imagen impresa. Así que, fui buscando hasta dar con ella.

Tienes salida para todo. Pero no puedo creerte. Lo estás inventando para deslumbrarme con tu ingenio.

Oh, cariño. ¡You touch my heart! ¡Je vais te faire l'amour!

―¡Quieto parado! Ya me estás diciendo para qué tienes esas tazas. ¡Y no te burles más de mí!

Ja, ja, ja. ¡Pero, si te digo la verdad!

―¡Embustero!

Bueno, quizás tengas razón, puede que lo haya imaginado todo. Pero, me ha quedado bien, ¿verdad?

Sí. Te perdono por reconocerlo y porque, a pesar de todo, me ha gustado.

Eres un sol. Ven que te dé un beso. Y ahora, vamos a la cocina a tomar una infusión y te explico para qué son realmente. ¿Qué te apetece?

Menta poleo. Venga, explícame. ¿Pero, por qué te ríes?

Ja, ja. Por nada. ¡Bebe!

―¡Oh my God! ¿Esto qué es? ¿Dónde estamos?

―¿Quiere la señorita dar un paseo en góndola por los canales de Venecia?

―¡No mentías! ¡No haces más que burlarte de mí!

Venga, deja de quejarte, que solo tenemos media hora.
 

Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Jona Umaes.
Publié sur e-Stories.org sur 09.09.2022.

 
 

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