Sergio Sánchez Aguilar

Enfrentarse al destino.

 
Los primeros rayos de Sol entraban en el dormitorio, iluminando su interior, decorado de una forma simple y sin lujos. Tan solo una cama y un par de muebles decoraban la habitación, pintada de un color grisáceo claro; los primeros rayos creaban unas sombras que Nathan se entretenía desde hacía un rato, esperando el duro momento de irse. Después de una noche en vela no sabía si estaría en condiciones de hacer nada, pero el destino no perdonaba, y el Oráculo había dejado claro los días restantes hasta la aparición del monstruo. No estaba nervioso, pero mentiría si dijera que no tenía miedo, no de él, si no de dejar sola a su hija, Samantha.
   Fija la mirada en ella. Durmiendo a su lado después de que las pesadillas le atacarán en la noche, Nathan no dudo en dejarla dormir con él quizá por última vez. La respiración de la niña era calmada, constante; un mechón de pelo castaño le caía por el rostro, Nathan se lo apartó con cuidado por detrás de la oreja. Apartó la mirada de Samantha y miró a través de la ventana, el Sol despuntaba ya por encima de la casa de en frente. Era hora de marcharse.
   Se movió con cuidado hasta poder salir de la cama, por un momento pensó que Samanta se había despertado, una falsa alarma por suerte. Fue hasta su armario, lo abrió con cuidado evitando el chirrido de las puertas; saco de él su traje para luchar. Una túnica de un negro azabache decorada con algunos símbolos tribales por el dorso y el pecho de color naranja apagado. Se la coloca por encima de su ropa, hace un par de movimientos con brazos y piernas para ver si está todo bien colocado.
   − ¿Te vas papá? –pregunta la voz de recién levantada de Samantha.
   Nathan se calma durante un momento, la pregunta no le pilla de sorpresa, pero habría preferido irse sin que ella se diese cuenta. No era un hombre de despedidas al fin y al cabo.
   −Tengo que hacerlo. –se limita a responder, dirigiendo su mirada a los ojos plateados y somnolientos de la niña.
   − ¿No puedes quedarte? ¿Ni siquiera un poco más?
   A Nathan le habría gustado poder responder con un sí, y se le parte el alma no poder cumplirlo.
   −Lo siento, pequeña, pero solo yo puedo acabar con el problema. –responde, con la voz a punto de quebrarse. Expulsa el aire que le queda en un largo suspiro− Volveré antes de que puedas echarme en falta.
   Samantha asiente, despacio, sin confiar del todo en la palabra de Nathan.
   −Mamá no cumplió su promesa cuando se fue; ¿tú lo harás?
   Las palabras llegan hasta Nathan como un cañonazo directo a su pecho; por un momento vuelve a escuchar la voz de su amada diciéndole que solo ella podía vencer a la bestia, no fue así. 
   Camina hasta la parte de la cama donde está recostada Samantha, se arrodilla frente a ella y la mira, guardando cada parte de su rostro en su memoria.
   −Volveré, te lo prometo. –le da un beso en la frente a su hija,
   Ella le abraza con fuerza. Cuando le suelta, Nathan se levanta. Ya es una niña capaz de sobrevivir sin mucha ayuda, también los vecinos prometieron encargarse de ella si todo iba horriblemente mal; aunque si eso sucedía lo más probable era que no quedase nada. Aun así era un alivio contar con ellos.
   −Nos vemos pronto, Sam.
   −Te cuidado, papá. –la niña sale de la cama de un salto para darle un fuerte abrazo− Recuerda ser fuerte.
   −Lo haré.
  Después de eso, Nathan se da la vuelta conteniendo las lágrimas que luchan por salir. Sale de la habitación, baja unas pocas escaleras hasta el salón, luego llega hasta la puerta. Al lado de la cuál reposa una espada, de más de cincuenta centímetros de largo y diez de ancho; la Espada del Rey Arruinado. Así es como él  bautizo al arma en su momento, hace ya unos veinte años, cuando la familia real fue masacrada por la misma bestia que asesino a su mujer, y que hoy por fin, debe morir.
   Coge la espada y se la coloca con cuidado a la espalda, con el mango sobresaliendo por desde su nuca. Abre la puerta, la brisa le da la bienvenida con un aroma a bosque. Sale de su casa, esperando volver alguna vez; cuando comienza a caminar solo el viento le acompaña con su murmullo y el olor a pino. Se cala la capucha de la túnica hasta la altura de los ojos.
   Después de caminar varios kilómetros llega a una larga llanura de prado verde, donde el Sol brilla en un cielo con tan solo unas pocas nubes blancas, mientras que a los lados y tras él se extiende el bosque. Sube una colina y se sienta allí, ha esperar a su destino, sea cual sea. Es una pena que el traje sea negro, ya que atrae la luz y le comienza a dar un calor atroz; después de un rato al Sol se ve obligado a moverse hasta un solitario árbol donde la sombra le abraza junto a la brisa una vez llega hasta él. Observa el lugar, donde el horizonte se pierde entre hierba verde. No hay ni rastro de lo que sea a lo que tiene que enfrentarse, solo sabe que más grande que tres hombres y más fuerte que treinta.
   Debe esperar dos horas hasta detectar un cierto temblor en el suelo, cada vez más intenso, hasta que logra divisar una gran mole a cientos de metros más allá de él. Es simplemente enorme, y Nathan no se puede hacer a la idea de cuánto hasta que está a cincuenta metros de él. Tiene un cuerpo grande, fuerte hasta el punto de ser grotesco y su cabeza pequeña en comparación con el cuerpo; su arma es un garrote hecho con un árbol arrancado de cuajo de un metro y medio de largo.
   − “Un troll, debí imaginarlo.”
   Nathan se ve obligado a correr hasta interponerse entre el troll y la ciudad; consigue hacerlo aminorar el paso hasta detenerse a unos pocos metros, mide por lo menos dos veces más de la altura de Nathan.
    −No vas a pasar. –dice, mirando a los pequeños ojos de la bestia, su voz es firme.
   −Tú no impedir yo vengar. –contesta el troll, su voz suena como un gruñido sacado de una pesadilla, no es para menos. –Tú no ser más que mosca.
   −Eso ya lo veremos.
   Durante los años de entrenamiento constante en todas las artes de lucha conocidas, Nathan, quien en su día fue un sastre sin idea alguna de cómo blandir una espada, consiguió ser uno de los luchadores más fuertes de toda Micfur. Luchará por todos aquellos que como él, lucharon contra aquella cosa y perecieron en el intento, luchará por su mujer, quien también fue una guerrera como pocas ha habido; pero, por encima de todos, luchará por la pequeña Samantha.
   El trol lanza en su primer ataque un garrotazo directo a Nathan, quien lo esquiva con algo más de esfuerzo del que esperaba. Había subestimado la velocidad de su oponente, que era bastante más rápido de lo normal con ese cuerpo. Una vez esquivado el ataque se lanza a por la pierna mientras desenvaina su espada, está se clava la carne del troll, llegando hasta el hueso donde se detiene, retira la estocada, retrocediendo unos metros para alejarse de otro ataque devastador que hace que el suelo tiemble unos segundos.
   El grito que sale de aquella de la garganta del trol resuena a lo largo de todo el valle, dirige la mirada a la herida sangrante de la pierna y después a Nathan, su furia se nota cuando cada músculo de su cuerpo se tensa, dejando las venas aflorar en la superficie de la piel. Lanza otro golpe, Nathan lo esquiva por los pelos y cae de espaldas al suelo sin poder evitarlo.  Casi un instante después llega otro brutal golpe que apunto está de aplastarlo, por suerte es capaz de rodar por el suelo y apartarse. Cuando se reincorpora de un salto se da cuenta de la falta de su espada, la busca con la mirada al tiempo que se ve obligado a esquivar sucesivos y rápidos ataques. No consigue verla por ninguna parte, el troll  ha comenzado a ganarle terreno por el cansancio, respira ahora con dificultad. Nathan da un traspié y cae al suelo de nuevo, ahora sin nada que defenderse.
   El troll prepara su último ataque alzando el garrote por encima de su pequeña cabeza, dibujando una sonrisa triunfal que enseña unos dientes irregulares y amarillentos. Ahora Nathan no puede evitar pensar en Samantha, le ha fallado, no ha sabido cumplir su cometido. El garrote comienza a caer hacia él, en un segundo acabará todo y solo consigue cerrar los ojos antes del final.
   Un final que no llega. Cuando Nathan abre los ojos ve como una lanza ha parado el garrote en seco, dirige la mirada hasta el propietario del arma; Nicolae Sarrac, su maestro. Lleva su misma túnica, solo que de un blanco níveo completamente, a través de su capucha se ven los ojos de un tono esmeralda en un rostro arrugado y normalmente afable, ahora está completamente serio. Con un suave giro de muñeca consigue hacer retroceder el garrote hacia arriba hasta darle al troll en la cabeza con él. El golpe es fuerte y seco, el cuerpo de la bestia cae por un momento hasta aterrizar con un estruendo.
   −Maestro... –consigue decir Nathan.
   −Tu espada, acaba con esto. –se limita a decir Nicolae Sarrac, mirando a su aprendiz y tendiéndole la Espada del Rey Arruinado.
   La agarra con ambas manos, posicionándose preparado para el combate.
   El troll no tarda en levantarse con otro gruñido, su herida casi ha dejado de sangrar, pero cojea al ponerse en pie. Agarra su garrote, mira a sus oponentes, dejando escapar otro gruñido más potente. Tras otro ataque fallido por su parte, Nathan y Nicolae dan un tajo y una estocada en ambas piernas, sacándole un grito monstruoso. Este lanza otra serie de ataques desesperados, esquivados con cierta facilidad; después de los cuales prepara un golpe más fuerte que los anteriores.
   − ¡Al corazón! –grita Nicolae.
   Deja que el troll golpee el suelo, pero cuando intenta alzar su garrote la lanza del maestro lo inmoviliza en el suelo, después de ese movimiento se sube al arma de su oponente para clavar la lanza al suelo pasando por el garrote; el troll lanza un manotazo justo después mandando a Nicolae lejos de él. Ahora es el turno de Nathan, no puede fallar; salta encima del garrote y lo usa como forma de llegar hasta el pecho de la bestia, que intenta tirarlo sin éxito un par de veces. Llega a su destino al tiempo que lanza una estocada con todas sus fuerzas al corazón, es capaz de notar el latido cuando le atraviesa.
   El troll lanza un aullido. Nathan salta a un lado, y su oponente derrotado cae al suelo de rodillas mientras Nathan cae de pie a un lado; el cuerpo sin vida ha dejado la espada clavada en él, inaccesible ahora. Era un daño menor, había cumplido su cometido. En completo silencio su maestro Nicolae se acerca hasta ponerse a su altura, ambos observando el cuerpo de aquella cosa, ahora sin vida.
   −Está hecho. –confirma Nathan.
   −Sí. Ya nadie sufrirá por su culpa. Vivió más de quinientos años. –añade Nicolae.
   −Gracias por salvarme, maestro.
   Nicolae hace un movimiento con la mano y mira a su aprendiz.
   − ¿Sabes cuál es la razón de que ninguno de los héroes anteriores a ti consiguiesen acabar con la bestia? –al no recibir una contestación devuelve la mirada al cadáver del troll y continúa: −Tuvieron que enfrentarse solos al Destino. Sin embargo, con la ayuda adecuada, se puede hacer frente a todo lo que venga.
   −Entonces, ¿no habrá nada que temer a partir de ahora?
   −No. Si consigues ayuda para acabar con lo que temas.
   Dicho esto, Nicolae comienza a andar hasta el cuerpo del troll, una vez a su lado posa su mano en él. Ambos comienzan a desintegrarse en cenizas llevadas por el viento ante la mirada atónita de Nathan, quien no sabe cómo reaccionar.
   −Debes estar alerta. El Destino podría venir por ti. –hace una pausa para mirar por última vez a su aprendiz− Ser un héroe, no es tarea de uno solo.
   Ese es su último consejo antes de desaparecer con el viento a través de las verdes praderas del valle. La espada, ahora clavada en el suelo, permanecerá ahí durante los años hasta volver a ser requerida; cuando eso suceda, Excalibur volverá.

Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Sergio Sánchez Aguilar.
Publié sur e-Stories.org sur 12.03.2014.

 
 

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