Gloria a los dormidos

                                                                               
Siempre me dijiste que te gustaba llegar al fondo, yo lo vi como una obsesión y lo comprobé aquella mañana cuando hablaste de un sueño con tu propia muerte y con un perro lleno de gusanos que te miraba con ojos de fuego. "¿Tal vez sea el que viene a buscarme?”, me sonreí y te dije que dejaras esas boberías de los sueños, pero no lo hiciste. Un día amaneciste botando espuma por la boca, menos mal que llegué a tiempo al hospital y allí te lavaron el estómago. Después de eso, aumentó tu obsesión, hacías poemas donde la muerte era tu protagonista, me asusté mucho y pensé que lo mejor era tomar unas vacaciones y lo hicimos. Traté de explicarte que eras más que un cuerpo donde encontraba placer, había más de amor que de sexo, tu carne era el vehículo perfecto para tocar la gloria cada vez que lo hacíamos, el verte desnuda significaba la perfección. Estuviste un tiempo tranquila y me alegré, pensando que habías acabado con aquella cosa, mas me equivoqué al encontrar nuevos poemas. Asustado boté todo lo que me oliese a calmantes, pero de nada sirvió, pues los comprabas con una de esas vendedoras ambulantes. Y una mañana amaneciste otra vez con la boca envuelta en espuma, ahora los médicos nada pudieron hacer, dijeron que fue un cóctel, que eso era típico en personas como tú, inconformes y medio trastornadas. Le eché la culpa a los poemas y quise quemarlos, pero me arrepentí y aquí los tengo, de vez en cuando los leo, tal vez esperando que aquel perro del que hablaste me ayude a tocar fondo.
 

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