Sergio Lubel

Humedad

Dejé el sobre en el correo al viejo estilo, con estampillas de verdad pegadas con la lengua y el contenido manuscrito con una pluma de ganso que compré en San Petersburgo, lo que no mejoró mi nivel de escritor, pero…..Cuando uno escribe para alguien importante como una de esas mujeres “…que vuelan…” Como decía ese Genio–Loco de Girondo, no se puede cometer la descortesía de mandar un email, es como tener una cena con la mujer de tu vida en un Mc. Donald´s…

Seguí derecho por Pennsylvania hasta llegar al Madison Square Garden, donde esa noche cantaba esa mujer de la que estaré eternamente enamorado: Bette Midler.

Ahí iba yo con mis pensamientos cuando su mirada puso todo mi cuerpo en tensión, años de guerra no se borran de un plumazo, no podía reconocerlo, pero a medida que se acercaba mi mano izquierda se dirigió instintivamente hacia mi “Baby Desert Eagle” que llevaba como miembro de las fuerzas de las Naciones Unidas y – No me culpes por estar un poco paranoico – Todos los que hemos estado en esas zonas lo estamos, digan lo que digan las películas de Hollywood.

A una distancia de unos veinte metros, lo que no recordaron mis ojos lo recordó mi nariz: Humedad! , mi compañero del secundario…

Humedad. No sabía su nombre, creo que jamás lo supe…Para todos era “Humedad”.

Ropa vieja…Un ropero cerrado durante años…Un altillo abandonado donde se filtra la lluvia…Un cementerio a la madrugada…El autobús repleto un día cálido, esa era la carta de presentación de Humedad, hasta los profesores miraban para todos lados buscando goteras cuando entraban a la clase y nadie les había prevenido.

Me saludó con su cortesía de siempre, siempre fue un tipo amable – a fuerza de aislamiento – supongo. Para él la compañía era un regalo…

- Que haces en Nueva York ?. Preguntó.
- Como andás…ehhh….Maldita sea….
- Está bien. Son muchos años y ya no somos pibes, me conociste como “Humedad”, llamame así, no me molesta. Me tranquilizó.
Le conté de la época de la dictadura, de cómo me hice guerrillero después que los milicos mataron a Lucia y me hice francotirador, de cómo pedí asilo en los Estados Unidos…Afganistán, Irak, Somalia, Chechenia…

- Y tan inocente que parecías en el colegio, ahora entiendo porque no dejabas acercar a nadie al estuche de tu guitarra…

Me hizo sonreír, a pesar de haberle vomitado todos esos horrores de que somos capaces los humanos, sonrió.
Me contó que se había hecho millonario gracias a su desgracia, que decidido a sacarse de encima ese olor y a ayudar a muchos que también lo padecían había estudiado Bioquímica y había patentado una fórmula para un desecante biológico, pero que después de muchos años, dejó de tomarlo, para demostrarle al mundo que uno es más que el olor que lleva puesto…Sacó del bolsillo una billetera con un par de fotos de su mujer y los chicos:

- Y…Que tal ?.

- Tu mujer es una belleza y los pibes uno más lindo que el otro. Tuve que admitir…

Nos despedimos. Desde la distancia le grité:

- Seriamos mejores tipos si fuéramos como vos.

Cuando llegué al teatro el tipo de la boletería me miró con cara de desagrado así como la gente que me rodeaba…Cuando me senté en la sala noté que había a mi alrededor un círculo de butacas vacías; me tomó un par de milisegundos hasta que comprendí: “…Beware what you wish for…”.

- Gracias “Humedad”.  Susurré con una sonrisa íntima.       

Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Sergio Lubel.
Publié sur e-Stories.org sur 09.01.2015.

 
 

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