Jona Umaes

Las puertas del olvido

Muchas veces ocurre que vemos una imagen, ya sea en la televisión o en un anuncio en la calle y aunque haya sido sólo un instante, algo se activa en nuestro cerebro sin ser conscientes de ello. Luis lo sabía por experiencia, aunque dudaba que fuera algo “vox populi”. A veces cuando soñaba algo y lo recordaba al despertar, se preguntaba por qué había soñado aquello. Y al ocurrirle a menudo, se le ocurrió que sucedía por algo que había visto durante el día anterior. Y tuvo esa certeza al asociar sus pesadillas con algún cartel o publicidad de películas de terror. Él en su juventud había sido muy aficionado a ese género. No sólo veía películas, sino que leía libros también. Si las películas emitían imágenes impactantes, los libros amplificaban la sensación porque su imaginación era quien creaba esas imágenes y la experiencia era más vívida. Claro que no todo eran pesadillas. También tenía sueños agradables con gente que ya no estaba en su vida. Al despertar y recordar lo soñado, le inundaba una mezcla de gozo y rabia por no poder continuar el sueño. Haciendo memoria del día anterior, terminaba localizando la imagen-llave que había abierto esa puerta en su mente.

En una ocasión iba en coche al trabajo cuando se detuvo en un semáforo en rojo. Vio un cartel publicitario de una película de terror titulada “Sueño eterno”. La imagen estaba plagada de escenas sangrientas y rostros de pavor. La observó tan solo un instante y desvió la mirada rápido. No quería tener malos sueños. Continuó hacia el trabajo y se olvidó del tema. Una vez en su casa vio en la televisión las noticias y un programa de humor mientras cenaba. Terminó el día con unas risas en los grupos de WhatsApp y se acostó.

Esa noche se abrió la puerta que tenía cerrada bajo llave en su cabeza. Esa puerta tenebrosa que encerraba su pasado oscuro y que tanto temía. Con los años se dio cuenta que todo en la vida marca. Y esa etapa de curiosidad malsana por lo mórbido, quedó atrás pero latente y resurgía en forma de pesadillas.

Soñó que iba por el centro de la ciudad, deteniéndose en las tiendas buscando unas gafas de sol. Con la bolsa de las gafas en la mano salió de una de ellas y viendo que se hacía tarde comenzó a correr. Le encantaba hacerlo en sueños porque podía ir rápido sin cansarse. Saltaba grandes alturas, aterrizando en el suelo como si nada. Pero sin darse cuenta se fue por un camino que le llevó a un barrio conflictivo de la ciudad. A esas barriadas donde cualquier persona con dos dedos de cabeza no se atreve ni asomarse. Se vio en una calle que no tenía salida y varios cacos le acechaban con navajas en mano. Querían robarle las gafas. Dado que su movimiento era ligero y podía dar grandes saltos logró escabullirse, pero le seguían persiguiendo, acercándose cada vez más. Tropezó en un bordillo de acera y cayó al suelo. Le rodearon. Uno comenzó a clavarle su arma en el pecho. Una y otra vez. Él notaba las punzadas breves y continuas. Le producían dolor y veía su sangre chorrear hacia el suelo. Golpeó con su pie la cara del agresor, quitándoselo de encima. Rodó por el pavimento y se incorporó de nuevo para huir. Aumentó la velocidad y logró dejar atrás a sus perseguidores.
Se coló en una casa de alquiler. No había nadie por el pasillo y vio al final una ventana abierta. Se asomó y advirtió que daba al patio de una casa. Aunque la altura era considerable saltó. Era la casa de un artesano de alambres. Hacía figuras de todo tipo. La puerta del patio daba a un río. Era invierno y el agua estaba helada. Le preguntó al propietario de la casa cómo podía cruzarlo. Al otro lado de las aguas había vegetación por lo que, si lograba llegar, podría alejarse de aquel barrio. El hombre le explicó que había que cruzarlo a nado, pero cuando la corriente fuera más suave, porque la fuerza del agua podría arrastrarlo. Fue entonces cuando vio unas escaleras que ascendían hacia una carretera. Abandonó la idea de cruzar el río y subió. El asfalto de la carretera estaba resquebrajado y tenía numerosos socavones. No circulaban coches, pero andar por ella no le produjo mucha seguridad por lo inestable del suelo. Desde esa altura veía a lo lejos el resto de la ciudad, pero el río era la barrera natural que tenía que cruzar si quería salir de allí. Llegó a una casa abandonada y en ruinas. Era ya de noche y se echó en el suelo para dormir. Se sobresaltaba al ver figuras oscuras, como de grandes insectos, colgando sobre él. Él los apartaba dando manotazos, pero en ese momento desaparecían y al rato volvían de nuevo. Aquello le producía mucha angustia. Extraños ruidos surgían de un armario desvencijado. Susurros y leves voces. Algo había allí. Notaba su presencia. Le producía pavor y comenzó a llamar a su madre. “Mamá… Mamá…”. Lloraba, estremeciéndose de miedo al acercarse los susurros muy cerca de su oreja. Notaba su corazón acelerado. Quería despertar, pero no podía. Notó un leve roce en la cara y de la sorpresa se incorporó. No había nadie. Salió por patas de aquella maldita casa y continuó corriendo. Aminoró la marcha por la ribera del río. Vio que por una zona estaba menos profundo y llegándole el agua helada por la cintura, logró cruzarlo. Continuó aterido por un camino de tierra. No podía ver lo que había alrededor porque plantaciones de maíz le sobrepasaban en altura. Aquél camino parecía no tener fin así que se aventuró a cruzar por los sembrados, abriéndose paso entre las matas. Fue lo peor que pudo hacer, al cabo del rato se halló perdido en un mar de cañas que lo ahogaban. Le faltaba el aire, quizás por la angustia de verse eternamente en aquel lugar.

Aquel parecía el final del sueño y él lo intuía porque sus pesadillas solían terminar con ahogos. Le faltaba el aire y su cuerpo parecía paralizado. Quería levantarse pero no lo lograba. Se ahogaba. Escuchaba el sonido de los coches en la calle y los ruidos de los vecinos. Sabía que el despertar estaba cerca. La consciencia se estaba desperezando. Siempre lograba salir de aquel estado y despertarse si movía primero la mano y poco a poco el brazo y así hasta que lograba girarse e incorporarse violentamente, dando una gran bocanada como queriendo respirar de una vez todo el oxígeno que le había faltado momentos antes. Pero en aquella ocasión no funcionó. Luchaba por moverse y coger aire en vano.

Los ruidos de la calle cesaron. Los vecinos dejaron de molestar y se vio de nuevo en un sueño donde estaba bajo el agua, con una piedra que le ataba al suelo marino. Luchaba desesperadamente por cortar la cuerda de esparto que le atenazaba la pierna y lo quería ahogar. La cuerda se estaba deshilachando por el raspado agresivo que hacía con los dientes de una llave. La cuerda desmembrada finalmente lo dejó ir y subió todo lo rápido que pudo hacia la superficie. Tardó en recuperar el aliento. El sol cálido bañó su cara y después de tranquilizarse nadó hacia la orilla de una isla que se encontraba a unos cientos de metros. Al llegar a la orilla se sentó en la arena. El mecer de las olas espumeantes terminó de calmarlo.

Miró alrededor y sólo pudo ver palmeras y restos de troncos podridos. Tendría tiempo para explorar la isla. Aun estando soñando era consciente de lo que le acaba de suceder porque estuvo a punto de despertarse, aunque no lo lograra. Aquello era nuevo para él. Nunca le había sucedido. Recordó el título de la película de aquel cartel cuando estaba parado en el semáforo y se preguntó si realmente aquel sueño duraría eternamente.

 

Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Jona Umaes.
Publié sur e-Stories.org sur 18.01.2020.

 
 

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