Jona Umaes

La nota

          La policía se afanaba en apartar al tumulto de gente que se agolpaba alrededor de la escena del crimen. Jane era una más entre los curiosos que se ponían de puntillas para ver mejor el cuerpo cubierto que yacía en la acera. Pasados unos minutos aquella masa comenzó a desperdigarse. Una de las personas que también observaba, al retirarse como el resto,  chocó con Jane.
—Disculpe, no la había visto —dijo un hombre.
—No tiene importancia —respondió Jane. Ella apenas si pudo fijarse en el señor que se alejaba. Era alto, de pelo canoso y daba largas zancadas.


          Una vez transcurrida la jornada, Jane regresó a casa. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta para sacar las llaves y dejarlas en la entrada. Sus dedos se toparon con un papel arrugado. Lo sacó y lo desplegó para ver de qué se trataba. No sabía de dónde había salido. En él había escrita una nota con una letra que nunca había visto:

"He cometido un gran error. Me dejé llevar por el miedo y la ira y escribo estas líneas porque no puedo soportar el peso de la culpabilidad. Que Dios me perdone. Ella no me dejó otra salida, se obsesionó conmigo, iba a destrozar mi vida".


          No había nada más escrito. Jane lo asoció inmediatamente al cuerpo tirado en la calle. Pensó que el asesino se arrepintió de haber escrito aquello y lo hizo una bola. Pero ¿cómo pudo llegar hasta su bolsillo? La nota era de una pequeña libreta. Había sido arrancada, pero aún se podía entrever, atenuada, la marca de la misma, en la cabecera de la hoja: "Schaufel".

          Buscó en internet. Esa marca no le sonaba de nada. Lo poco que encontró la localizaba en una tienda de Berlín. Únicamente se vendía en ese lugar. Era una libreta de calidad. Con pasta de cuero, la cual se podía personalizar a gusto del consumidor. Se podía elegir el diseño y los colores de forma online. Tras satisfacer su curiosidad, pensó que tenía que informar a la policía. Hizo una fotografía a la nota y, a continuación, se puso el abrigo y fue directo a la comisaría más cercana. Allí entregó el papel y contó cómo se lo había encontrado en su chaqueta. Quizás albergara huellas del autor. Era una pista importante. Contó que ella estuvo en la calle, cuando la policía acordonó la zona, curioseando como todo el mundo. En comisaría la sondearon con preguntas de todo tipo. Eso le hizo pensar si había ocurrido algo cuando estuvo en aquel tumulto. Recordó al hombre que chocó con ella, que se disculpó y nada más. Describió lo poco que pudo ver de él, ya que fue todo muy rápido.

          La policía no encontró otras huellas que las de Jane. La persona que escribió aquello era muy cuidadosa en sus actos y seguramente llevaría guantes o tomó medidas para que no quedara rastro en el papel. No hacía más que darle vueltas a la dichosa. Tardó en dormirse esa noche.

          Al día siguiente, en el descanso del trabajo, se acercó a una librería donde trabajaba un amigo, para ver si le daba alguna idea.

—Hola Mark. ¿Tienes un momento?
—Sí, claro. ¡Anne! ¡Voy a salir unos minutos al bar de enfrente! ¡Atiende tú! —dijo Mark a su compañera, que revisaba las estanterías de los libros.
—Claro, no te preocupes. Yo me encargo.


          La cafetería a la que solía ir a Mark a desayunar, de normal abarrotada, se encontraba en esos momentos únicamente, con algunos clientes y había mesas de sobra. Jane le contó lo que había ocurrido el día anterior y le enseñó la foto del papel.

—¿Te suena esa marca?
—Ummm, la verdad es que sí. ¿Lo has buscado en internet?
—Sí, la venden solo en Alemania en una tienda, pero no viene nada más.
—Qué extraño. Normalmente, suelen distribuir los productos por las grandes plataformas. Voy a hacer una llamada.


          Mientras Mark hablaba, Jane miró por el ventanal. Un hombre alto y canoso caminaba por la acera de enfrente. Creyó reconocer al señor que chocó con ella el día anterior. El corazón se le aceleró. Se levantó sin pensarlo, pero cuando salió de la cafetería no había ni rastro del desconocido. Sus grandes zancadas le hacían desplazarse rápido y podía haber tomado una bocacalle. Desilusionada, volvió a la mesa.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué has salido?
—He creído ver al hombre del que te hablé. Pero ha desaparecido de mi vista.
—¿El del pelo blanco?
—Sí. Bueno, cuéntame. ¿Has averiguado algo?
—Al parecer, esa libreta la venden en una pequeña librería no muy lejos de aquí. Tienen un proveedor que les manda material de Alemania. Lo he buscado con el GPS. Te mando las coordenadas, tengo que regresar al trabajo.
—Vale, muchas gracias Mark. Luego lo veré con más calma.


          Era sábado. Durante el desayuno, Jane puso las noticias. En ese momento hablaban del caso del cuerpo encontrado en la calle. Eso le recordó que tenía que ir a la ubicación que le había pasado Mark. Cuando terminó el café, salió a dar un paseo y, de camino, se acercaría a la librería. El local resultó ser minúsculo, aunque repleto de libros por las cuatro paredes. Habló con el dueño y le preguntó por la marca de la libreta.

—Sí, la tenemos. Mi cuñado me envía un lote cuando nos quedamos sin stock.
—¿Se vende mucho, entonces?
—La verdad es que no. Podemos tenerlas hasta un año sin reponer.
—Puede que le suene extraño, pero ¿le importaría decirme si recuerda la última persona a la que se la vendió? Si se vende poco, quizás recuerde su aspecto.
—Me pide usted demasiado. Por aquí pasan muchos clientes. ¿Es usted policía o periodista? ¿Le buscan por alguna razón?
—No, es simple curiosidad, pero si tiene usted tan mala memoria, disculpe que le haya molestado —. El vendedor, picado en su orgullo, sabedor de su memoria privilegiada, quiso demostrarle que se equivocaba.
—Era un hombre alto, de pelo cano, ojos azules y frente prominente. Hablaba español,  pero con un acento muy fuerte —. Jane se regocijó de su astucia y le agradeció la información al señor de la tienda.


          Continuó su paseo por el barrio. Estaba claro que era el mismo hombre con el que se topó. Era una buena pista. Pensó que debería informar a la policía de aquello. En esos pensamientos estaba cuando alguien tropezó con ella.

—Disculpe, no la había visto. Voy pensando en no sé qué —se disculpó un señor —. Ella se quedó boquiabierta durante unos segundos, sin poder reaccionar. Se trataba del mismo hombre.
—Discúlpeme usted a mí. Voy ensimismada en mis asuntos y tampoco me percaté de su presencia. Creo que nos hemos visto antes, ¿verdad?
—El caso es que me suena su cara, pero no sé dónde... —. En ese momento, Jane se dio cuenta de su acento, al intercambiar más palabras con él.
—Fue el otro día, habían encontrado el cuerpo de una mujer en la calle y usted se tropezó conmigo cuando ya se iba. ¿No lo recuerda?
—Ahora que lo dice, creo recordarla. Fueron unos segundos, tenía prisa e intentaba abrirme paso entre tanta gente.
—¿Tiene algo que hacer ahora? —soltó a quemarropa.
—¿Perdón?
—Disculpe, a veces soy muy directa. ¿Le importaría tomar un café conmigo? En esa cafetería —dijo señalando con el dedo el establecimiento. El hombre no sabía qué contestar. No esperaba aquel asalto a mano armada. Viendo que él no reaccionaba, le regaló una de sus mejores sonrisas —. ¿No cree que hay que hacerle caso al destino? ¡Tropezarse dos veces con la misma persona no ocurre todos los días!
—Ja, ja, ja ¡Es usted simpática! De acuerdo, pero no puedo entretenerme mucho.


          Cuando se sentaron y les trajeron los cafés, la televisión emitía, de nuevo, la noticia del crimen que ambos conocían. Jane no sabía qué diablos estaba haciendo, se había dejado llevar y de repente le entró miedo.

—Me llamó Jane, ¿y usted?
—Matías —respondió el hombre. Jane se fijó que llevaba unos guantes de cuero muy elegantes y ligeros. 
—No crea usted que hago esto todos los días. Por otro lado, tampoco tiene nada de malo, ¿verdad? ¿Le ha molestado que una mujer le aborde de esta manera?
—Ja, ja, ja, la verdad es que no estoy acostumbrado. El mundo está cambiando tan rápido... Me hace gracia, ¿sabe? En el mejor sentido de la palabra, no se ofenda. ¡Es usted tan vital!
—¿Por qué lo hizo? —le espetó Jane.
—No entiendo. ¿Qué es lo que he hecho?
—Engañaba a su mujer y luego se arrepintió, ¿verdad?
—¿De qué habla?
—¡No se haga el tonto! ¡Lo sé todo! ¡No sé qué hago con usted aquí! —Jane se alteraba por momentos.
—¿Quiere calmarse? Pero, ¿qué le ocurre?
—¡Es que todos los hombres sois unos cerdos! ¡Machistas de mierda! —. A Matías se le borró la sonrisa de la boca. Aquella mujer estaba trastornada o algo parecido y no iba a consentir tal injuria. Aun así, conservó la calma.
—Perdone, pero ¿por qué me falta al respeto? Creo que nuestra conversación ha terminado.
—¡Usted metió en mi chaqueta un papel arrugado donde confesaba su crimen!
—¿Crimen? ¿Papel? Le juro que... —. Jane, entonces, sacó su móvil y le mostró la fotografía. Matías se quedó blanco.
—¿Ha escrito usted esto? —dijo, inquisidora, Jane.
—Sí, esa nota la escribí yo —dijo Matías, en un susurro.
—¡Voy a llamar, ahora mismo, a la policía!
—¡No! ¡Espere! ¡No lo haga! ¡Es un error! —intentó defenderse Matías.
—¡Está más claro que el agua! ¡Es usted abominable!
—¡Está bien! Deje el teléfono sobre la mesa, por favor. No sé cómo ha llegado esa nota a su poder. Es cierto que la escribí yo, pero es pura ficción ¡Soy escritor!
—¿Escritor?
—¡Sí! Era una idea para un relato, pero no me gustó. Fue allí mismo, donde nos tropezamos la primera vez. Vi el cuerpo tirado en el suelo y me vino la idea. La anoté en mi libreta, pero arranqué la hoja, a continuación. Debió colarse en su bolsillo cuando me tropecé con usted. ¡Fue fruto del azar!
—¡No le creo! —. Dijo Jane. Matías sacó su móvil y, tras teclear algo, le mostró la pantalla.
—Mire. ¿Lo ve? Es uno de mis libros. ¿Ve mi foto?
—Está bien. Es usted escritor, pero por eso mismo tendrá mucha imaginación y me ha soltado esa sarta de mentiras. ¡Yo calo enseguida a los embusteros! —replicó, exaltada, Jane.


          En esos momentos, en la televisión del local interrumpieron el programa que estaban emitiendo, para dar una noticia de última hora. La chica de la barra, interesada por lo que se decía, subió el volumen del apartado para escuchar mejor.

"La policía ha informado que se ha entregado el autor del crimen de la mujer que apareció muerta en plena calle. Al parecer, se trata de una joven que actuó en un arrebato de celos, bajo los efectos del alcohol. Ampliaremos la noticia cuando tengamos más información"

—¿Y bien? —dijo Matías, recuperando la sonrisa. Jane no sabía dónde meterse y se le puso la cara como un tomate—. ¿Actúa usted siempre tan alocadamente?
—Bueno, todo apuntaba a mi teoría. ¿No me dirá que no era plausible?
—Tienes razón ¿Puedo tutearte? ¡Qué bien te expresas! ¡Y tienes tanta imaginación...! —dijo, embelesado, Matías.
—Gracias, y, siento haberte incriminado. Me he dejado llevar y...
—Olvídalo. Prosiguiendo con las cosas del destino...

 

Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Jona Umaes.
Publié sur e-Stories.org sur 12.08.2023.

 
 

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