A “Leona”, nuestra vieja mastina, la tan querida y aguerrida perra negra, “mi compañera, mi hermana menor”.
***
[... por altos tímpanos de mayo,
el pastor colgó y ahorcó a Leona del tronco más recio y alto de los manzanos en flor,
y, yo, rodilla en tierra, o en cuclillas, con pupila atónita, llorando,
aquella, la del iris varado y entregado tras la rendija de la puerta]
***
… un huracán salvaje de agujas y rompientes rechinó en el aire y estremeció la huerta,
las vértebras del mundo y las ubres de las flores;
cundió sin más la oscuridad, y, sin rumbo y descontrolados, aletearon el amor y la tarde,
y así el cisne de la vida y el cisne de la muerte;
¡ … que nadie, que nadie sabe hasta dónde es dolor,
que nadie, que nadie sabe ... !!!
… y ay, ay de mí, pues que regreso a la rendija infame
y aún emergen niños con sus iris cromados y rotos,
tirados por el suelo ...;
… y es que no, no es ésta otra inclemencia ni tampoco otro tormento,
que dejar en “carnes vivas y al raso de repente”;
… y ya, ya ven,
no tiene más pagos la tristeza que un boquete abierto de frente a la memoria,
un Mayo de niños y destrozos y esta ausencia que atenta me observa, me sigue y me persigue,
la que me inquiere y quema el alma, la que insistente, y, atrozmente viva,
acosándome, me hiere y hiere, vigilándome por siempre.
***
Antonio Justel
https://www.oriondepanthoseas.com
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Toutes les droites appartiennent à son auteur Il a été publié sur e-Stories.org par la demande de Antonio Justel Rodriguez.
Publié sur e-Stories.org sur 09.01.2024.
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